ENCONTRARÁS EN EStE SITIO PODCAST DE TODO TIPO, FUNDAMENTALMENTE DE NUESTRO PROGRAMA "MITOS Y LEYENDAS", COMO ASÍ TAMBIÉN ALGUNOS DE MIS RELATOS, ESPERO QUE TU ESTADÍA EN ESTE SITIO SEA AGRADABLE.
lunes, 30 de abril de 2012
viernes, 20 de abril de 2012
miércoles, 18 de abril de 2012
DE CUANDO EL INVIERNO SE NEGÓ A PARTIR
El aire frío y húmedo de la mañana se dejaba sentir.
Al salir el sol, la bruma fue desapareciendo poco a poco y las gotitas de rocío brillaban en la hierba como pequeñas perlas transparentes que pendían de los tallos temerosas de caer.
A lo lejos los pájaros cantan la primer canción de la mañana, les piden a las nubes que dejen pasar los rayos de sol para que las flores crezcan fuertes y bellas.
---Nos ha dicho el Invierno que no quiere partir. Es un buen amigo nuestro, dicen las nubes a coro.
Le teme a la soledad y sufre.
---Pero es mi turno de permanecer, contestó la Primavera, siempre fresca y rebosante de juventud.
Cuando los pájaros oyeron la cristalina voz de la primavera comenzaron a danzar en el aire y sus trinos llenaron toda la campiña.
Volvieron a pedirle a las nubes que dejaran pasar a los rayos de sol. Nuevamente las nubes dijeron que el Invierno se sentía triste y no quería partir. Era tan triste la soledad.
---Pero será Invierno en otra parte, en las montañas las pendientes se llenarán de nieve y los niños jugarán a hacer muñecos, se lanzarán en trineos y se arrojarán bolas de nieve tan blancas como el algodón.
Esperan el invierno para jugar y ser felices. Para reunirse junto al hogar y compartir una taza de chocolate.
Así habló la Primavera y luego se hizo el silencio. Escondido tras una nube gris el Invierno escuchaba las palabras de la Primavera, finalmente dijo:
---No quiero partir, ¿es qué no lo entiendes?
---Pero es necesario, ¿no te das cuenta?
---Ciertamente que no.
---Pues yo te lo explicaré. Todas las parejas que bajo mi influencia se conocieron y a las que mis flores ayudaron a nacer su amor esperan por ti.
En mi tibieza se encendieron las sonrojadas mejillas, brillaron los cristalinos ojos y resplandecieron los cabellos con refulgente luz.
Fui yo quien perfumó el aire y les regalé la brisa fresca para que caminasen a la luz de la luna tomados de la mano.
El verano les dio calor, tostó sus pieles, les quitó la ropa haciéndolos más bellos y atractivos a los ojos del otro despertando su pasión. Pero tú Invierno posees las noches más largas, y son esas noches las que afianzan el amor que he puesto yo en sus corazones. Solo tú les proporcionarás la oportunidad de dormir abrazados y de darse calor. Solo tú puedes hacer que los amantes se extrañen en las noches frías y largas. Es por eso que debes partir, ¿no te das cuenta?
---No lo había pensado así. Siempre he creído que nadie me quiere.
---Yo te quiero, contestó la Primavera.
Al escuchar las palabras de la Primavera el Invierno suspiró y un viento helado surcó la pradera.
Dijo el Invierno:
---Entonces partiré, haré que sople el viento del sur en otros lugares para que los lagos se congelen y los niños puedan patinar. Crearé la nieve más blanca de todas para que se moldeen los muñecos más hermosos. Haré que las noches sean larguísimas para que los amantes disfruten del sueño con sus cuerpos entrelazados. Haré que el fuego de las estufas reúna a todos y los viejos cuenten sus historias a los más pequeños. Así lo haré.
Fue así como partió el Invierno envuelto en un fuerte viento y las nubes, que eran sus amigas, se fueron con él.
Floreció la pradera cubriéndose de caprichosos colores como un caleidoscopio mágico. Se descongelaron los arroyos y reverdecieron los árboles. Bandadas de aves surcaron los cielos celestes ejecutando caprichosas coreografías y pequeños cachorros jugaban alegres sobre la hierba su juego interminable.
A lo lejos una muchacha recogía en un cántaro el agua fresca de un arroyo. Un hombre que pasaba la vio. Quedó hechizado por sus enormes ojos y todo... todo volvió a empezar
Al salir el sol, la bruma fue desapareciendo poco a poco y las gotitas de rocío brillaban en la hierba como pequeñas perlas transparentes que pendían de los tallos temerosas de caer.
A lo lejos los pájaros cantan la primer canción de la mañana, les piden a las nubes que dejen pasar los rayos de sol para que las flores crezcan fuertes y bellas.
---Nos ha dicho el Invierno que no quiere partir. Es un buen amigo nuestro, dicen las nubes a coro.
Le teme a la soledad y sufre.
---Pero es mi turno de permanecer, contestó la Primavera, siempre fresca y rebosante de juventud.
Cuando los pájaros oyeron la cristalina voz de la primavera comenzaron a danzar en el aire y sus trinos llenaron toda la campiña.
Volvieron a pedirle a las nubes que dejaran pasar a los rayos de sol. Nuevamente las nubes dijeron que el Invierno se sentía triste y no quería partir. Era tan triste la soledad.
---Pero será Invierno en otra parte, en las montañas las pendientes se llenarán de nieve y los niños jugarán a hacer muñecos, se lanzarán en trineos y se arrojarán bolas de nieve tan blancas como el algodón.
Esperan el invierno para jugar y ser felices. Para reunirse junto al hogar y compartir una taza de chocolate.
Así habló la Primavera y luego se hizo el silencio. Escondido tras una nube gris el Invierno escuchaba las palabras de la Primavera, finalmente dijo:
---No quiero partir, ¿es qué no lo entiendes?
---Pero es necesario, ¿no te das cuenta?
---Ciertamente que no.
---Pues yo te lo explicaré. Todas las parejas que bajo mi influencia se conocieron y a las que mis flores ayudaron a nacer su amor esperan por ti.
En mi tibieza se encendieron las sonrojadas mejillas, brillaron los cristalinos ojos y resplandecieron los cabellos con refulgente luz.
Fui yo quien perfumó el aire y les regalé la brisa fresca para que caminasen a la luz de la luna tomados de la mano.
El verano les dio calor, tostó sus pieles, les quitó la ropa haciéndolos más bellos y atractivos a los ojos del otro despertando su pasión. Pero tú Invierno posees las noches más largas, y son esas noches las que afianzan el amor que he puesto yo en sus corazones. Solo tú les proporcionarás la oportunidad de dormir abrazados y de darse calor. Solo tú puedes hacer que los amantes se extrañen en las noches frías y largas. Es por eso que debes partir, ¿no te das cuenta?
---No lo había pensado así. Siempre he creído que nadie me quiere.
---Yo te quiero, contestó la Primavera.
Al escuchar las palabras de la Primavera el Invierno suspiró y un viento helado surcó la pradera.
Dijo el Invierno:
---Entonces partiré, haré que sople el viento del sur en otros lugares para que los lagos se congelen y los niños puedan patinar. Crearé la nieve más blanca de todas para que se moldeen los muñecos más hermosos. Haré que las noches sean larguísimas para que los amantes disfruten del sueño con sus cuerpos entrelazados. Haré que el fuego de las estufas reúna a todos y los viejos cuenten sus historias a los más pequeños. Así lo haré.
Fue así como partió el Invierno envuelto en un fuerte viento y las nubes, que eran sus amigas, se fueron con él.
Floreció la pradera cubriéndose de caprichosos colores como un caleidoscopio mágico. Se descongelaron los arroyos y reverdecieron los árboles. Bandadas de aves surcaron los cielos celestes ejecutando caprichosas coreografías y pequeños cachorros jugaban alegres sobre la hierba su juego interminable.
A lo lejos una muchacha recogía en un cántaro el agua fresca de un arroyo. Un hombre que pasaba la vio. Quedó hechizado por sus enormes ojos y todo... todo volvió a empezar
martes, 17 de abril de 2012
jueves, 12 de abril de 2012
EL AMANTE SILENCIOSO (cuento)
Ni se por qué esa tarde me llevaron mis pasos al cementerio.
Quizás fue el deseo de visitar la tumba de mi abuelo, quizás las ganas de dar
un tranquilo paseo, quizás... quizás.
La tarde era calurosa, de pesada humedad. El cielo cargado de nubes plomizas parecía aguardar simplemente el momento propicio para descargar su aguacero. No soplaba ni siquiera la brisa más insignificante y el intenso calor me hacía transpirar.
Mi vestimenta no era mucha; tan solo el clásico uniforme liceal: falda escocesa corta y una simple camisa blanca. No llevaba sostén. Sudaba mucho y pronto mi camisa se empapó, me observé... Me gusté.
Ya dentro del cementerio comenzó a llover. Siempre me excitó mojarme en la lluvia, sentir como el agua recorre mi cuerpo, humedeciendo mi ropa... propiciando otras humedades.
La tarde era calurosa, de pesada humedad. El cielo cargado de nubes plomizas parecía aguardar simplemente el momento propicio para descargar su aguacero. No soplaba ni siquiera la brisa más insignificante y el intenso calor me hacía transpirar.
Mi vestimenta no era mucha; tan solo el clásico uniforme liceal: falda escocesa corta y una simple camisa blanca. No llevaba sostén. Sudaba mucho y pronto mi camisa se empapó, me observé... Me gusté.
Ya dentro del cementerio comenzó a llover. Siempre me excitó mojarme en la lluvia, sentir como el agua recorre mi cuerpo, humedeciendo mi ropa... propiciando otras humedades.
Sentí como mis pechos se endurecían. Caminé, caminé mucho y llegué
por fin a un túnel de esos en que los nichos de estiban en hileras de seis. No
tenía flores, me di cuenta de ese detalle recién al llegar a la tumba de mi abuelo,
entonces decidí quitar las de otros nichos y llamaron mi atención unas muy
hermosas que habían en los nichos más altos. Trepé y las tomé, pero luego no
pude bajar pues tenía miedo de caer y entonces lo vi; hermoso y silencioso, me
miraba con sus ojos negros de adamantino rigor. Su torso desnudo, musculoso y
bien formado, brillaba como untado con aceite. Estiró su mano invitándome a
descender.
Me sujetó por las piernas para que yo bajara. Cuando logré colocar mis pies en el piso, mi falda quedó levantada y mis pantaletas enredadas en su cinturón.
Sentí su virilidad rosarme y noté como mi ropa interior se humedecía.
La lluvia caía cansinamente, de forma pareja y constante, invitando a la gente a retirarse del cementerio así que estábamos solos. Es curioso cuan llena de vida me sentía en aquel momento entre tanta muerte.
Me tomó por mis nalgas y comenzó a besarme salvajemente. Sentí miedo... eso, sin saber por qué aumentó mi excitación.
Clavó en mi cuello sus colmillos y subió por él hasta mi boca mordiendo mi lengua, me hizo sangrar.
Quitó mi camisa y mis pechos desnudos, rozados y duros, quedaron al descubierto bañándose de la sangre tibia y dulce que de mi boca caía.
Mi silencioso amante bebía de ellos como si segregaran sangre de sus pezones, atravesados por aros de plata, que con sus dientes jalaba causándome un doloroso placer.
Levantó mi falda y su mano fuerte arrancó mis pantaletas que se deshicieron en sus manos, ¡cuan dulce y salvaje es el recuerdo de ese momento!
El sexo oral fue exquisito, el brillante de su lengua se enredaba con el aro de mi clítoris... era tanto el ardor de la pasión que hasta el mismo Lucifer presenciando la escena sintió que el infierno se congelaba.
Luego me levantó a una tumba cercana y comenzó a penetrarme fuerte pero a la vez cariñosamente y sentí su amor y su calor fluyendo por mis piernas, por mis venas, inundando todo mi ser.
Su mano derecha tomaba firmemente mi cuello cortándome la respiración por momentos, mientras que con la otra acariciaba mis partes mientras me penetraba con rudeza. Su rostro hermoso y cetrino me miraba sin reflejar ninguna emoción, casi como una máscara. Se me ocurrió pensar que era la muerte y quise morir.
Mi lengua no sentía dolor, pero el sabor de la sangre y sus besos permanecían en ella, el clímax se acercaba una vez más y mi cuerpo se tensaba preparándose para recibir el demoledor espasmo del placer original.
La sangre en mi boca comenzaba a caer de nuevo por mis labios mientras los latidos del corazón se intensificaban. Clavé en su pecho mis afiladas uñas rasgando su piel, y empujándolo contra la pared con una fuerza de la que no me creía capaz me arrodillé y lamí su bello miembro, generoso y fuerte que lleno de vida, palpitaba dentro de mi boca, anunciando la inminente explosión de su esencia vital, lo que yo deseaba más que nada en el mundo en ese momento. El momento llegó, sentí llenarse mi boca con violenta rapidez, mientras sus piernas temblaban estremeciéndose de puro gozo.
Me tomó del mentón y me subió a su boca besándome tiernamente, sin decir una palabra.
Exhausta y satisfecha caí de rodillas en el húmedo suelo de aquel túnel pecaminoso, cerré un instante mis ojos y aspiré profundamente.
---¿Cómo te llamas? -- pregunté al tiempo que levantaba la mirada para ver su hermoso rostro.
Pero el amante silencioso, había desaparecido.
Me sujetó por las piernas para que yo bajara. Cuando logré colocar mis pies en el piso, mi falda quedó levantada y mis pantaletas enredadas en su cinturón.
Sentí su virilidad rosarme y noté como mi ropa interior se humedecía.
La lluvia caía cansinamente, de forma pareja y constante, invitando a la gente a retirarse del cementerio así que estábamos solos. Es curioso cuan llena de vida me sentía en aquel momento entre tanta muerte.
Me tomó por mis nalgas y comenzó a besarme salvajemente. Sentí miedo... eso, sin saber por qué aumentó mi excitación.
Clavó en mi cuello sus colmillos y subió por él hasta mi boca mordiendo mi lengua, me hizo sangrar.
Quitó mi camisa y mis pechos desnudos, rozados y duros, quedaron al descubierto bañándose de la sangre tibia y dulce que de mi boca caía.
Mi silencioso amante bebía de ellos como si segregaran sangre de sus pezones, atravesados por aros de plata, que con sus dientes jalaba causándome un doloroso placer.
Levantó mi falda y su mano fuerte arrancó mis pantaletas que se deshicieron en sus manos, ¡cuan dulce y salvaje es el recuerdo de ese momento!
El sexo oral fue exquisito, el brillante de su lengua se enredaba con el aro de mi clítoris... era tanto el ardor de la pasión que hasta el mismo Lucifer presenciando la escena sintió que el infierno se congelaba.
Luego me levantó a una tumba cercana y comenzó a penetrarme fuerte pero a la vez cariñosamente y sentí su amor y su calor fluyendo por mis piernas, por mis venas, inundando todo mi ser.
Su mano derecha tomaba firmemente mi cuello cortándome la respiración por momentos, mientras que con la otra acariciaba mis partes mientras me penetraba con rudeza. Su rostro hermoso y cetrino me miraba sin reflejar ninguna emoción, casi como una máscara. Se me ocurrió pensar que era la muerte y quise morir.
Mi lengua no sentía dolor, pero el sabor de la sangre y sus besos permanecían en ella, el clímax se acercaba una vez más y mi cuerpo se tensaba preparándose para recibir el demoledor espasmo del placer original.
La sangre en mi boca comenzaba a caer de nuevo por mis labios mientras los latidos del corazón se intensificaban. Clavé en su pecho mis afiladas uñas rasgando su piel, y empujándolo contra la pared con una fuerza de la que no me creía capaz me arrodillé y lamí su bello miembro, generoso y fuerte que lleno de vida, palpitaba dentro de mi boca, anunciando la inminente explosión de su esencia vital, lo que yo deseaba más que nada en el mundo en ese momento. El momento llegó, sentí llenarse mi boca con violenta rapidez, mientras sus piernas temblaban estremeciéndose de puro gozo.
Me tomó del mentón y me subió a su boca besándome tiernamente, sin decir una palabra.
Exhausta y satisfecha caí de rodillas en el húmedo suelo de aquel túnel pecaminoso, cerré un instante mis ojos y aspiré profundamente.
---¿Cómo te llamas? -- pregunté al tiempo que levantaba la mirada para ver su hermoso rostro.
Pero el amante silencioso, había desaparecido.
Delirium Tremens: Milenio3 - 11x30 - Entidades Negativas - 8/04/2012...
Delirium Tremens: Milenio3 - 11x30 - Entidades Negativas - 8/04/2012...
Excelente programa periodístico español, muy disfrutable. Escuchen!!
Excelente programa periodístico español, muy disfrutable. Escuchen!!
martes, 10 de abril de 2012
EL HOMBRE Y EL GATO (cuento)
Para Catalina.
El hombre
no sentía deseos de nada, caminaba absorto en sus pensamientos con la mirada
fría como mirando sin ver.
Iba
siempre con la vista clavada en el suelo como si sintiese vergüenza de que el
sol iluminara su rostro.
Andaba
despacio, con andar cansino y lento, arrastrando cadenas invisibles de un peso
incalculable. Así andaba el hombre; con la espalda encorvada soportando
el peso de su miseria, su única compañera de viaje.
Hacía
tiempo que el hombre había dejado el sendero y ahora caminaba por una pradera
ancha de un verdor refulgente que sus ojos no podían ver porque ya no
distinguían los colores. Así era la tristeza del hombre.
Hubo un
tiempo en que el hombre lloraba, pero ya no más pues sus ojos hacía tiempo se
habían secado. Recordaba que el llanto aliviaba su pena y entonces podía
dormir.
Siguió
caminando y el día se tornó noche, y el bullicio fue silencio. Ya estaba muy
lejos.
Un búho
ululaba melancólico en la copa de un árbol delgado y alto que de lejos se
parecía al hombre. La corteza se mostraba gris y ajada a la luz de la luna de
plata y el hombre pensó si no sería de piedra. No tenía hojas porque era
invierno y su desnudez lo hacía tenebroso.
Continuó
la marcha siempre al mismo tranco, ni más lento ni más rápido. Avanzaba igual
que el tiempo.
Una vez el
hombre fue feliz aunque fue hace mucho tiempo y en realidad ya no recordaba.
Tan solo
una sonrisa evanescente y una voz cristalina y angelical conformaban el total
de sus recuerdos. No había rostro, ni nombre. Tan solo una sonrisa que según él
recordaba lo inundaba todo de luz y una suave voz que susurraba palabras que a
él se le antojaban de amor.
Que
terrible, pensó. ¿Por qué no puedo recordar; y si no recuerdo por qué siento
esta horrible pena?
Era una
pregunta que desde hacía tiempo le aguijoneaba sin piedad. Por más que pensaba,
el hombre no conseguía responderla.
¿Estaré
vivo aún, a pesar de que no como ni bebo? Mal puedo estar muerto si siento este
dolor tan vivo que me hiere el alma. Si el aire me lastima cuando
atraviesa mi pecho cual pequeños alfileres.
No, no
puedo estar muerto si me corazón late dentro de mi pecho.
Caminó un
poco más y el murmullo de una cascada, todavía lejana, le indicó que dirección
debía seguir.
“Es ahí a
donde voy”, se dijo aunque no sabía por qué.
Conforme
avanzaba el aire se hacía más húmedo y frío, el aroma de la hierba mezclado con
el de la tierra mojada era agradable para el hombre.
Las gotas
de rocío depositadas en los tallos de los finos pastitos brillaban a la luz de
la luna como pequeños diamantes. Eran tan perfectos y bellos que el hombre
sintió pena de pisar la hierba.
Llegó a la
cascada que comenzaba su salto allí donde se encontraba parado y notó que el
precipicio era muy profundo y en el fondo unas piedras salían amenazadoras de
entre la espuma.
---¿Qué
haces? La voz era cálida.
---¿Quién
pregunta? Respondió el hombre.
---Yo,
¿vas a saltar?
---Tal
vez, ¿te importa?
---Claro
que sí.
El hombre
se dio vuelta pero a nadie vio y se preguntó si finalmente no estaría perdiendo
a la cordura.
---Estoy
aquí abajo. Dijo la voz.
El hombre
miró hacia sus pies vio un hermoso gato atigrado color plata y negro que lo
miraba con sus enormes ojos verdes y la cabeza levemente inclinada a un lado.
Tenía unos bigotes largos de los que colgaban gotas de rocío.
---Que no
te asombre que te hable, ¿quién te ha dicho que los gatos no podemos hablar? Lo
hacemos cuando queremos, aunque eso no es muy a menudo, y además sucede que los
humanos están siempre demasiado ocupados para escuchar cualquier otra cosa que
no sea su propia voz. ¿Estás triste?
---Sí,
pero no recuerdo porque. En realidad no recuerdo nada.
---¿Tienes
miedo de morir?
---No, ¿y
tú?
---Yo sí.
¿Por qué no saltas entonces?
---Porque
le temo al olvido. Pienso en la razón de mi tristeza y no logro recordarla, de
hecho creo que siento pena porque no logro recordar. Entonces pienso que es muy
triste no tener recuerdos y no formar parte de la memoria de nadie.
Porque eso
es la muerte, el no ser recordado por ninguna persona. Si no hay nadie que
sonría cuando ya no estemos, si nadie dice que una vez tuvo un amigo que se
llamaba Fulano de Tal, si no nos reflejamos en el rostro del hijo, en sus ojos
o sus cabellos, entonces no hay prueba de que hemos vivido. Habremos pasado por
este mundo sin pena ni gloria.
Yo no
tengo recuerdos, ¿acaso entonces nadie me recuerda?
---¿Cómo
te llamas?
---No lo
sé, lo he olvidado.
---Entonces
yo te pondré un nombre, así podré recordarte y tú entonces podrás saltar.
El hombre
calló de rodillas y se puso a llorar con la cara entre las manos.
---¿Por
qué lloras Joel? Ahora te llamas Joel.
---Porque
tengo miedo de morir, respondió aquel entre sollozos.
---Entonces
no saltes. Quédate conmigo.
El gato
restregó su cara contra el rostro de Joel y secó sus lágrimas.
Era suave
y tibio, el hombre ahora llamado Joel lo cogió entre sus brazos y ambos
quedaron inmóviles y en silencio por un rato. Joel sentía mucha paz y en su
corazón ya no había dolor, ni pena, ni vacío.
---Vamos,
dijo el gato.
---¿A
dónde?
---A casa.
---¿Y eso
dónde es?
---Lo
sabremos cuando lleguemos allí.
Joel
asintió con la cabeza y volvió a abrazar al gato contra su pecho, entonces hubo
una luz dorada y brillante que los cubrió y de a poco se fueron desvaneciendo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)